Organizar un viaje de incentivos parece, a simple vista, cosa fácil. El típico: elegir un destino guay, meter a la gente en un avión, planear cuatro actividades resultonas y listo. Pero tú y yo sabemos que no es tan simple. Y si alguna vez te ha tocado organizar uno, sabrás que el viaje de incentivo puede salir redondo... o acabar siendo un marrón de proporciones épicas.
Porque sí, un viaje mal planteado no solo se carga el presupuesto. También arruina la experiencia. Y cuando hablamos de motivar al equipo o premiar logros, no hay segundas oportunidades.
Aquí te cuento los errores más comunes al planear este tipo de viajes. Y más importante aún: cómo evitarlos sin perder la cabeza en el intento.
Parece una tontería, pero es el fallo más habitual. ¿Para qué es el viaje? ¿Para motivar a los comerciales? ¿Para fidelizar a los clientes top? ¿Para celebrar resultados de la empresa? Si no sabes el "para qué", el resto se tambalea.
Un viaje de incentivos no es turismo sin más. Tiene un propósito. Y todo lo que planifiques —desde el destino hasta la cena de despedida— debe estar alineado con eso.
Evítalo así:
Define claramente el objetivo desde el principio. Escríbelo, compártelo con quien organice contigo y tenlo presente en cada decisión.
Vale, sí, a ti te flipa Islandia en enero. Pero si el equipo está formado por personas que odian el frío o tienen movilidad reducida, igual no es la mejor idea. Uno de los errores más graves es pensar en lo que te gustaría a ti, en lugar de lo que necesita y puede disfrutar el grupo.
Hay destinos que pintan bien en la web, pero que en la práctica se convierten en una pesadilla logística. O que no tienen la infraestructura para recibir a grupos grandes. O donde no se habla ni papa de español.
Evítalo así:
Hazte preguntas prácticas:
Haz una pequeña encuesta, aunque sea informal. Te dará pistas clave.
A veces el error no es el destino ni el plan, sino querer hacerlo todo con dos duros. Que sí, que hay que cuidar el gasto, pero también hay que tener claro que esto es un viaje de premio. Y si recortas en lo importante —traslados cómodos, buena comida, actividades bien organizadas— se va al traste el efecto “wow”.
El típico: “Bueno, pillamos un hotel más barato que total, solo van a dormir”. Y luego resulta que el hotel está en la otra punta del mundo, sin restaurantes cerca y con habitaciones que parecen sacadas de 2002.
Evítalo así:
Prioriza. Es mejor un viaje de tres días redondo que uno de cinco mediocre. Gasta con cabeza, pero sin racanear donde de verdad se nota: comodidad, calidad y detalles.
Otro clásico. Quieres que el grupo vea todo, haga de todo y viva una experiencia inolvidable... pero al final se convierte en una gymkana sin respiro. Desayuno a las 7, ruta a las 8, almuerzo a las 13, paseo a las 15, cena a las 20, copa a las 23… y sin siesta, claro.
¿Y sabes qué pasa? Que la gente llega al tercer día fundida. Deja de disfrutar, se desconecta y empieza a mirar el reloj como en una reunión de lunes por la mañana.
Evítalo así:
Deja huecos libres. De verdad. El tiempo para descansar o explorar por cuenta propia también es parte de la experiencia. No sobrecargues. Menos es más.
Esto puede parecer aburrido, pero créeme: si el transporte falla, falla todo. Desde retrasos en vuelos hasta buses que no aparecen, pasando por traslados eternos entre hotel y actividades. Nada agota más a un grupo que sentir que se pasan el día metidos en un vehículo.
Y ojo con los destinos rurales donde “está todo cerca”. Spoiler: no está tan cerca.
Evítalo así:
Hay quien piensa que si a ti te gustó hacer paddle surf, seguro que al grupo le encantará. O que un escape room es “siempre un acierto”. Error. Cada grupo tiene sus gustos, su energía y su manera de pasarlo bien. Lo que motiva a una empresa tech de 20 personas puede aburrir a un equipo comercial de 60.
Y cuidado con las actividades “obligatorias”. No todo el mundo se siente cómodo en dinámicas de grupo intensas o en experiencias físicas exigentes.
Evítalo así:
Diseña opciones. Ofrece actividades alternativas cuando puedas. Combina aventura con relax, cultura con ocio, individual con grupal. Y pregunta. Escuchar al grupo antes es mejor que improvisar después.
¿Has estado en un viaje donde nadie tenía claro a qué hora salía el bus o dónde era la cena? Es frustrante. La falta de información genera estrés y hace que la experiencia pierda puntos.
Evítalo así:
Comunicar bien es casi tan importante como planear bien.
El tiempo cambia. Los proveedores fallan. Hay huelgas, retrasos, despistes y cosas que no se pueden prever. Pero se pueden anticipar.
No tener alternativas te deja vendido. Y en un viaje de incentivos, eso no es una opción.
Evítalo así:
Siempre ten un plan B. Para todo. Si la excursión no se puede hacer por lluvia, ¿qué otra cosa puedes ofrecer? Si el restaurante cierra de imprevisto, ¿a dónde vas? No hace falta tenerlo todo atado al milímetro, pero sí previsto.
Una vez termina el viaje, todavía tienes una oportunidad de cerrar con broche de oro. O de estropear el recuerdo.
Hay empresas que invierten miles de euros en el viaje… y luego ni un mail de agradecimiento. Ni un álbum de fotos. Ni una mísera encuesta. Y eso, sinceramente, da rabia.
Evítalo así:
Haz que la experiencia dure un poco más. La memoria es parte del viaje.
No olvides que un viaje de incentivos es, en el fondo, una forma de decir “gracias”. De valorar el esfuerzo. De generar vínculo.
No se trata de impresionar con lujo, sino de ofrecer algo que deje huella. Algo que se note pensado. Cercano. Cuidado. Con cariño, vaya.
Así que, si vas a organizar uno, respira hondo, toma nota de estos errores comunes y dales la vuelta. Porque si lo haces bien, no solo habrás montado un viaje. Habrás creado un recuerdo.
Y eso, amiga o amigo, no se olvida.